viernes, 7 de septiembre de 2012

Apollo 18 (2011)


La pregunta no es si el Hombre llegó a la Luna -un saludo a Armstrong que está en el cielo-, sino ¿por qué no ha vuelto? Sí, ya sé que existen razones comerciales poderosas para no volver, y que geoestratégicamente no es necesario teniendo satélites que cumplen perfectamente con esa misión. Pero no se puede negar que la preguntita da para muchas especulaciones (todas chorras), y para que alguno, como Juan José Benítez, viva de ello. Vi un corte en youtube en el que este señor afirma que le había confesado un agente de la NASA al que llama "Mirlo rojo", que se encontraron restos de una civilización milenaria (me parto la caja). Este tío no pasa el test del Pato WC de la mala ciencia.

La película juega con esa pregunta y plantea que
hubo un Apollo 18 –todos, menos Benítez y los conspiranoicos que le siguen, sabemos que el último fue el Apollo 17- cuya experiencia marcó el que no hubiera más viajes a la Luna. Nada se supo porque todo se guardó en secreto. Y como juega con esto, la cinta está rodada a modo de falso documental basado en las grabaciones de la NASA y de los propios astronautas. A pesar de esto, está muy bien hecho, no cansa ni aburre. Es un estilo que hemos visto en Monstruoso (2008), una película con mala crítica, pero bastante entretenida y efectiva.

Los guionistas nos muestran los tópicos de la vida familiar del astronauta antes de emprender el viaje –barbacoa y pruebas en la NASA-. El viaje no tiene problemas. La nave se divide, quedando una en órbita mientras que la otra aluniza. Primeros encuentros con el suelo del satélite, alguna bromita de los años 70 -¿eh?-, e imágenes raras que nos hacen sospechar. En el satélite hay algo que se mueve. Los astronautas, francamente mosqueados, ponen cámaras en torno a la nave, como en el clasicazo Planeta Prohibido (1956). 

El “Freedom”, la parte de la nave que se mantiene en el espacio, da una vuelta al satélite y pasa por la cara oscura de la Luna. Toma: hay huellas. Encuentran una nave rusa, vacía y destruida por dentro, pero que conserva energía eléctrica -¿Por qué? Ya lo sabrás, impaciente-. Descubren una cosmonauta ruso en un cráter. La NASA les dice que no sabe nada -¡Ya! ¡Y una mierda!-. Cuando vuelven a su nave se dan cuenta de que los selenitas son amigos de la ajeno: la bandera ha desaparecido. Los astronautas comienzan a sospechar que no se les ha dicho la verdad sobre el viaje a la Luna. Piensan y hablan en el módulo lunar, pero un bicho se mete en el traje de uno de ellos. Es como un cangrejo. Se le mete en el cuerpo, pero cuando lo sacan es una piedra. Le infecta con algo. Los astronautas piensan que la NASA les engaña –en EEUU las ingenierías son más flojas que en España, porque si llegan a ser ingenieros españoles lo hubieran deducido cuando no les pusieron raciones para la viaje de vuelta a la Tierra-. Lógicamente, el astronauta infectado se va poniendo cada vez más nervioso y violento, y va tomando la misma vía que el cosmonauta ruso: la locura y la destrucción.



El método del falso documental es un modo limitado de contar historias de forma barata, aunque esta producción ha sido cara. Los actores están bastante bien. No es fácil estar una hora y media delante de la pantalla y llenarlo todo con un amplio registro de gestos de angustia, preocupación y pánico. La cinta tiene buen ritmo y va ganando interés según pasan los minutos. A pesar de que es en la Luna –como en la excelente Moon (2009)-, un destino corto para la ciencia-ficción a la que estamos acostumbrados, el final no es tan previsible como aparenta. El sistema de pantallazos en negro y flashes cuando se meten en los cráteres es uno de los trucos típicos, pero buenos, del cine de terror. Tiene un toque a Planeta Rojo (2000) –por esa vida insospechada y la solución final que encuentra el superviviente-.

En definitiva, una película muy digna, apta no sólo para los conspiranoicos –que creerán que esta cinta pertenece también a un complot gubernamental-, sino para todos los que nos gusta el cine de ciencia-ficción, acción y aventura. 

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