La pregunta no es si el Hombre
llegó a la Luna -un saludo a Armstrong que está en el cielo-, sino ¿por qué no ha vuelto? Sí, ya sé que existen razones
comerciales poderosas para no volver, y que geoestratégicamente no es necesario
teniendo satélites que cumplen perfectamente con esa misión. Pero no se puede
negar que la preguntita da para muchas especulaciones (todas chorras), y para
que alguno, como Juan José Benítez, viva de ello. Vi un corte en youtube en el
que este señor afirma que le había confesado un agente de la NASA al que llama "Mirlo rojo", que se encontraron
restos de una civilización milenaria (me parto la caja). Este tío no pasa el
test del Pato WC de la mala ciencia.
La película juega con esa
pregunta y plantea que
hubo un Apollo 18 –todos, menos Benítez y los
conspiranoicos que le siguen, sabemos que el último fue el Apollo 17- cuya
experiencia marcó el que no hubiera más viajes a la Luna. Nada se supo porque
todo se guardó en secreto. Y como juega con esto, la cinta está rodada a modo
de falso documental basado en las grabaciones de la NASA y de los propios
astronautas. A pesar de esto, está muy bien hecho, no cansa ni aburre. Es un
estilo que hemos visto en Monstruoso (2008), una película con mala crítica, pero
bastante entretenida y efectiva.
Los guionistas nos muestran los
tópicos de la vida familiar del astronauta antes de emprender el viaje
–barbacoa y pruebas en la NASA-. El viaje no tiene problemas. La nave se
divide, quedando una en órbita mientras que la otra aluniza. Primeros
encuentros con el suelo del satélite, alguna bromita de los años 70 -¿eh?-, e
imágenes raras que nos hacen sospechar. En el satélite hay algo que se mueve. Los
astronautas, francamente mosqueados, ponen cámaras en torno a la nave, como en el
clasicazo Planeta Prohibido (1956).
El “Freedom”, la parte de la nave
que se mantiene en el espacio, da una vuelta al satélite y pasa por la cara
oscura de la Luna. Toma: hay huellas. Encuentran una nave rusa, vacía y
destruida por dentro, pero que conserva energía eléctrica -¿Por qué? Ya lo
sabrás, impaciente-. Descubren una cosmonauta ruso en un cráter. La NASA les
dice que no sabe nada -¡Ya! ¡Y una mierda!-. Cuando vuelven a su nave se dan
cuenta de que los selenitas son amigos de la ajeno: la bandera ha desaparecido.
Los astronautas comienzan a sospechar que no se les ha dicho la verdad sobre el
viaje a la Luna. Piensan y hablan en el módulo lunar, pero un bicho se mete en
el traje de uno de ellos. Es como un cangrejo. Se le mete en el cuerpo, pero
cuando lo sacan es una piedra. Le infecta con algo. Los astronautas piensan que
la NASA les engaña –en EEUU las ingenierías son más flojas que en España,
porque si llegan a ser ingenieros españoles lo hubieran deducido cuando no les
pusieron raciones para la viaje de vuelta a la Tierra-. Lógicamente, el
astronauta infectado se va poniendo cada vez más nervioso y violento, y va
tomando la misma vía que el cosmonauta ruso: la locura y la destrucción.
El método del falso documental es
un modo limitado de contar historias de forma barata, aunque esta producción ha
sido cara. Los actores están bastante bien. No es fácil estar una hora y media
delante de la pantalla y llenarlo todo con un amplio registro de gestos de
angustia, preocupación y pánico. La cinta tiene buen ritmo y va ganando interés
según pasan los minutos. A pesar de que es en la Luna –como en la excelente
Moon (2009)-, un destino corto para la ciencia-ficción a la que estamos acostumbrados,
el final no es tan previsible como aparenta. El sistema de pantallazos en negro
y flashes cuando se meten en los cráteres es uno de los trucos típicos, pero
buenos, del cine de terror. Tiene un toque a Planeta Rojo (2000) –por esa vida insospechada y la solución final
que encuentra el superviviente-.
En definitiva, una película muy
digna, apta no sólo para los conspiranoicos –que creerán que esta cinta
pertenece también a un complot gubernamental-, sino para todos los que nos gusta
el cine de ciencia-ficción, acción y aventura.
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