sábado, 15 de septiembre de 2012

Mad Max, ahora en coche eléctrico


“Dentro de unos pocos años”, así empieza Mad Max. Salvajes de la autopista (1979), una de las películas de acción de serie B más exitosas del cine de los ochenta. Occidente estaba entonces en plena crisis del petróleo, y era lógico pensar que el futuro estaría condicionado por este combustible fósil. La violencia que destila hoy no sorprende, es muy similar a la de algunos westerns de la época y algunas cintas de terror de aquellos años como La matanza de Texas (1974) o Viernes 13 (1980). El productor de Mad Max se gastó 350.000 dólares y recaudó 100 millones. No está nada mal, ¿eh? La clave estuvo en amasar y dar forma perfecta a una historia de venganzas.   

Todo empieza con una persecución. “El jinete nocturno” es el típico gilipollas que desafía a la policía, y justo cuando los polis de guardería la
cagan entra en escena nuestro Max Rockatansky. El jinete la pifia y se mata. Típico; como el que luego el guionista, acompañado por una banda sonora denunciable, decida que nos debe presentar a la adorable familia de Max. Es ese instante en el que el espectador avezado sabe que va a pasar algo chungo, porque la amenaza sobre elementos considerados débiles en nuestra civilización, como los bebes o las madres, es una de las cosas que más emoción causa en las películas.



El malo de verdad, que lidera a una treintena de motoristas parece salido de un vídeo de Duran Duran. Y como es una peli de venganzas, pues el tipo con mechas, after punk total, quiere vengar la muerte de “El jinete nocturno”; así es como Max se convierte en Mad para hacer lo propio con la de su mejor amigo –“el Ganso”, un tipo histriónico al que meten en una barbacoa- y de su familia –como vaticinamos desde el momento en el que nos la presentaron con una musiquilla edulcorada-. Venganzas violentas, al margen de la ley, al estilo Clint Eastwood, que es el tipo de justicia que le gusta al espectador (“Alégrame el día, motorista”). . El resto es coreografía automovilística, una horrible banda sonora, y planos y más planos de Mel Gibson.

La segunda entrega, Mad Max. El guerrero de la carretera (1981), ya tuvo una productora importante, la Warner Bros. La banda sonora es de Brian May, el guitarrista de los Queen, para darle un toque de calidad a un guion flojísimo. Esta entrega si es posapocalíptica, y sitúa la acción tras una guerra por el petróleo, el oro negro. “Los hombres se comieron a los hombres”; vamos, “El hombre es un lobo para el hombre”, que dijo Hobbes. Max, obsesionado por su pasado, se lanzó al páramo, donde aprendió a vivir de nuevo.



Aquí el malo es un tipo con cresta –hemos pasado de Duran Duran a Sex Pistols-, y gay. Aunque hay otro que va como el tipo de Viernes 13, con máscara, llamado “Kumukus”, el malo maloso es el de la cresta; sobre todo cuando un niño con un boomerang se carga a su tierno amante. Max tiene un chucho y se hace un amigo –qué bonito-, que hace de personaje tonto-gracioso. En este caso, los malos acosan a una comunidad que tiene una refinería –como en la serie Dallas-, y Max y su troupe espían a unos y otros para robar la gasolina. Entonces… me quedé dormido del puro aburrimiento. Efectivamente, los malos mueren y Max queda como todo un campeón de la carretera.


La tercera entrega, Mad Max, más allá la cúpula del trueno (1985) es un insulto para el género humano. Ni siquiera la poderosa presencia de Tina Turner, y de sus piernas infinitas, es suficiente para sacarnos del sopor y la vergüenza ajena. 




¿Con un subtítulo como “La cúpula del trueno” que define un argumento qué se puede esperar? No merece más la pena. No es de extrañar que Mel Gibson haya rechazado en varias ocasiones resucitar a Max Rockatansky; además, lo más seguro es que si se hiciera ahora, con lo tontos que estamos con el enviorement, el pobre Max iría en coche eléctrico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario