Hace
poco terminé la lectura de Guerra Mundial Z, de Max Brooks, y leí que había
proyectada una película basada en el libro. Es imposible. Cualquiera que haya
leído el libro lo sabe. La novela de Brooks es magnífica, pero su paso al
celuloide es tan complicado que sólo puede resultar un artificio para tener la
mitad de la publicidad hecha. Esto es precisamente lo que ha tenido esta
película: aprovechar un bestseller y un tema de moda, aunque se limite a los zombis, porque en la novela de Seth Grahame-Smith, subtitulada Vampire Hunter, Lincoln se enfrenta al "mal".
La
historia comienza con los típicos casos zómbicos –carreras, mordiscos y
decapitaciones-, que sirven para entrar en ambiente. Un niño llamado Abraham, con 9 años, aparece enfrentándose al
problema en su propia casa, con su madre zombificada.
La noticia de la infección
llega a la Casa Blanca, con lo que a los dos minutos de rodaje ya nos encontramos
con Lincoln. La vuelta a la vida de los muertos convertidos en caníbales dementes,
se mezcla con la guerra civil. El plan de Lincoln, que asume el tema como si
fuera decidir el menú de la cena, es localizar a los militares infectados y
recuperar el fuerte Pulaski.
problema en su propia casa, con su madre zombificada.
El
Presidente recluta a doce agentes para marchar detrás de las líneas enemigas, y decide ir
con ellos. Por todo equipaje lleva una pequeña hoz, lo que le hace parecer un
experto cazador de zombis, al estilo de Blade (1998) con los vampiros. Los doce de Lincoln van con traje, no con uniforme, y sin
un gran despliegue armamentístico, lo que choca un poco. Y como la peli va muy
rápido, enseguida se encuentran con los muertos vivientes.
Los
zombis son idiotas, ya, con avaricia, pero es el caso común en todas las pelis,
cómics y libros de este subgénero; salvo en algún caso esporádico. Véase, por
ejemplo, la buena cinta francesa La horda
(2009). Pero en Abraham Lincoln vs. Zombies es como si estuvieras en el nivel
principiante de un videojuego: se mueven lentamente, se ponen delante del arma,
quietecitos, pero a pesar de eso pillan a la gente, que está como muy nerviosa,
como si hubieran tomado demasiado Red Bull. Obsérvese, por ejemplo, la cara que pone este actor cuando es pillado:
Los confederados están en el fuerte Pulaski, y tras una refriega con los hombres de Lincoln se niegan a colaborar con ellos en la defensa del lugar frente al ataque de los zombis. Tiene gracia cuando encuentran a dos mujeres ataviadas como furcias –que son madre e hija- y cuando ven al Presidente, la madre dice: “¿Abe?”. Y es que estuvieron a punto de casarse (¿Lincoln de putas, eh?). También tiene su punto cuando el director le quiere conferir gravedad a la escena en la que intentan escapar por el granero y las gallinas se ponen a cacarear, lo que alerta a los zombis.
Le
falta convicción a la película; es decir, las escenas parecen pegadas una tras
otra, y los diálogos son excesivamente artificiales en ocasiones. Un ejemplo
podría ser el siguiente: Lincoln charla con un suboficial confederado
adolescente pero con bigotillo:
LINCOLN: ¿Me pregunto… cuáles
son sus planes con este gran conflicto?
CONFEDERADO: Terminar aquí, irme
al Oeste y volverme un vaquero, Sr.
L.: Podrías tener una carrera
impresionante en política. O en la justicia criminal, también.
C.: Tal vez, Sr.,… pero prefiero
formar una familia y cabalgar.
La
BSO es un horror, carece de originalidad y personalidad, tanto que cabe en
cualquier telefilme, ya sea de explosión termonuclear como de soldados que vuelven
de Irak. La peli tiene unos colores apagados, que pretenden darle más verosimilitud
al atrezzo de época y conferirle más dramatismo a las escenas, lo que,
francamente, no se consigue nunca. No es posible tomarse la peli en serio. Las escenas
no generan pánico (vamos, que da más miedo Belén Esteban). El general
confederado que se encuentran en el fuerte parece de opereta de pueblo: la
barba postiza a lo ZZtop da la impresión de que se le va a caer en cualquier
momento, y la pegatina del sombrero seguro que la ha comparado en un chino. Hay
zombis que son “rematados” en varias escenas. Luego está el típico personaje
estúpido que cree que el convertirse en zombi es como pasar una gripe y que con
cariño y sopa de pollo se puede curar.
Al
final, la furcia de la que Lincoln estuvo enamorado es infectada, la mete en
una caseta para que la investigue un tipo, pero la chica acaba atacando al
Presidente, y éste le pega un tiro.
DOCTOR: Le ha hecho sangre.
LINCOLN: ¿Tiene desinfectante?
D.: Sí.
L.: ¿Y papel higiénico?
D.: También.
Entonces
Lincoln comunica a la Casa Blanca que va a morir en 24 horas. Y es aquí cuando
crees que el director y el guionista van a hacerlo coincidir con el asesinato
del Presidente, creando de esta manera una paradoja y mostrando que el tiro que
recibió fue porque se había transformado en un zombi, en el último zombi de la
infección. Pero no. Dejan pasar la ocasión y le dan un final anodino.
¿Qué aporta esta peli al subgénero zombi? Nada; sólo es el reflejo de la enorme repercusión que ha tenido el fenómeno zombi. Forma parte de la invasión que han tenido los clásicos, que en buena medida es culpable el autor del libro en el que está basada esta película: Seth Grahame-Smith, que fabricó un bestseller –quién lo pillara- zombificando el clásico de Jane Austen, "Orgullo y prejuicio". Luego hemos visto Lazarillo Z (2010) y Quijote Z (2010), y algún otro en el que no caigo ahora.
Esta peli no debería
estrenarse en los cines. Creo que un DVD para los muy aficionados, o una
descarga de pago, serían suficientes. No tiene la gracia de la australiana Los
No muertos (2003), ni la fuerza de Resident Evil (al menos de la primera y la
cuarta entregas de esta saga), ni la casi originalidad de 28 días después (2002)
(que comienza igual que El día de los trífidos, y cuya segunda parte, 28
semanas después -2007-, es mejor olvidar), ni la inquietud que genera El
amanecer de los muertos (2004), y a años luz de la profundidad sicológica y
sociológica de The walking dead. No; está al nivel, sin buscarlo, de Zombieland
(2009).
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